Mancha

A todos los que le dan hogar a las mascotas.


Así se llamaba la mascota de mi casa antes que yo entendiera qué era una mascota.

Para mí, ella era una compañera peluda que estaba allí siempre, y que estuvo allí siempre.

Los cuentos de casa narran que mi abuelo la llevó a escondidas en una bolsa de pan. La recogió en alguna parte de la carretera Caracas-El Junquito, cerca de donde trabajaba. Era una cosita blanca, de orejas y manchas negras.

Nadie la había abandonado, como a los 200 mil perros y gatos que ya se contaban en Venezuela a mediados del 2014 (cifra publicada por Informe21.com). Sencillamente un grupo de trabajadores del Ministerio de comunicaciones vieron a un grupo de cachorros necesitados y se los repartieron. En ese tiempo era más sencillo. Cualquiera podía afrontar los "gastos" que representaba una mascota. No existían ni @perrousuario, ni @FundaApegate. Menos Misión Nevado. El más pobre tenía para hacer de su mascota, el fiel "perro de rancho" que todos conocemos. 

Mi abuela Julia con frecuencia decía que ella no quería más perros, razón por la que mi abuelo y mi tía Gladis ocultaron a Mancha por algunos días, hasta que lograron conseguir una aceptación a regañadientes de la señora de la casa. Es que ya en ese hogar habían habitado unos cuantos perros y doña Julia, al igual que mi mamá, decían no querer revivir el dolor de ver otra mascota familiar partir. Pese a todo, lo revivimos en otras ocasiones con perros como el gran Sammy Blanquito-Man, la dulce Sammy Taller y la bella Greta Garbo.

"La muerte de una mascota muy querida, es un asunto muy serio que puede afectar la salud, el trabajo y hasta la relación de pareja. Un animal doméstico como un perro o un gato se convierte en un miembro más de la familia aunque el apoyo de la sociedad no es tan grande como cuando muere un ser humano, muchos son los que manifiestan sus condolencias a la famiia que pierde una mascota", explica el sitio Psicológicamente Hablando

Pese a que yo estaba muy chiquita, Mancha es un recuerdo latente de mis primeros años. En mi mente está la voz de mi abuelo diciendo que no molestara a la perra cuando comía porque no le gustaba mucho que se metieran en su plato. Mi abuela le combinaba arroz con pollo o pasta con carne. Tenía una dieta muy estricta de "DE TODO" lo que cayera por allí, todas las sobras, pan, dulces, malta... Por algo era la única dálmata-criolla gorda que he visto.

Dormía en el pasillo de la entrada de la casa. Allí Julia le ponía una alfombrita oscura, como marrón, y al acostarse, la cubrían con una manta color salmón. Recuerdo que a veces se levantaba con la cobija y parecía una fantasma enano y colorido.

Otra cosa que se viene a mi mente era que Mancha amaba a mi papá. Él llegaba y ella se emocionaba mucho. A veces hasta se orinaba del alborozo. Mi papá era el que estaba pendiente de ponerle medicinas. Recuerdo que una vez me dijo que la sobara suavecito para que estuviera quieta porque la inyectaría. Ella me miró como aceptando su destino. Su medicina. Sé que lo hizo para que no me asustara. Yo tendría, 4 o 5 años.

Actualmente, varios estudios dan cuenta de la gran capacidad de los caninos para comunicarse, para "leer" emociones de los seres humanos y hasta de entender situaciones "simples", como lo haría un niño de hasta dos años. Por ello, hoy existen perros de ayuda, que apoyan a personas con alguna discapacidad o también con enfermedades. Esos animalitos saben dar cariño. 

También recuerdo los días que le tocaba el baño. Era muy divertido ver a mis abuelos tratando de meterla a la ducha y retenerla del escape. Se escuchaban golpes por doquier. Mi abuela se quejaba... Siempre era la que salía con más moretones de una batalla con una canina tranquila que odiaba el agua.

Julia siempre ha tenido razón... Los amigos cuando se van causan un dolor inmenso. Mi primer dolor vino cuando Mancha se fue. Bueno, se la llevaron.

Mi abuela estaba cansada de cuidarla. Además, Mancha, ya entrada en años, estuvo encerrada en un apartamento pequeño por mucho tiempo. Nunca corrió con otros canes. De hecho, no le gustaba los otros perros. Como dice César Millán: la creímos y la creamos humano, erróneamente. El agotamiento de Julia condujo a que unos sobrinos, con amigos en una finca de Yaracuy, sugieran que era buena opción llevarla a una casa grande a compartir con otros animales, a ser más libre, para que la dueña de casa descansara un poco de la atención demandada por esta chica que debió ser de los 101 Dálmatas.

Recuerdo ese día. Mi mamá y yo bajamos a Mancha con su cadena hasta el carro gris plata de los primos. Nos sentamos en la parte de atrás con ella. Estaba feliz. Me lamía como agradeciendo el paseo. No sabía que al llegar a la entrada de la autopista nos bajaríamos. Miré a mi mamá con un estoiscismo que hoy no me contienen los ojos, y descendimos del vehículo. Recuerdo verla con sus patas delanteras montadas en la parte trasera del carro viéndonos confundida por un momento, y después con la nobleza de la otra vez, aceptando su destino. Se fue. Se fue. No pude hacer nada. Yo tenía siete años.

Y así, décadas antes, pasé a fundar el listado de gente que abandona a sus mascotas cuando "molestan".

El pasillo quedo solo. Sé que le hacía falta la fantasma de la cobija salmón tanto como a mí. A veces me he sentido culpable de no pedir que se quedara pero trato de calmarme con eso que fue una perrita de verdad y más feliz durante sus últimos años. Que corrió con otros perros y que tal vez, tuvo un cachorrito. 



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