Hace días que no escribo y tengo esta idea desde el día 22 de enero, justo cuando estábamos haciendo las maletas para venirnos a Buenos Aires, lugar desde donde escribo hoy. Y es que me ocurrió una de esas cosas en las que el corazón se le bota a uno del cuerpo.
Mientras almorzábamos una suculenta comida preparada por Rafa (unos espaguetis con camarones realmente deliciosos), sonó en la radio una canción -que en realidad es un poema de Antonio Machado- que me une a mi padre (que ahora vive en Málaga, España) y mi madre (que está en mi hogar, Venezuela): Cantares, en la voz de Serrat, el catalán que le pone sonidos al soundtrack de mi infancia. Y sencillamente no puede hacer nada. Lloré. No podía contener las lágrimas y sentía que no podía controlarme. Fue darme cuenta que ya no estaba en casa.
Recuerdo cuando íbamos a Los Teques mi mamá y yo, subiendo bien por la Panamericana como por la Carretera Vieja, pero siempre sonaba alguna canción que nos juntaba o ella cantaba. “El Caminante” no faltaba nunca y siempre estuvo bien. También recuerdo que mi papá tocaba algunas canciones del viejo Serrat. Es más, fuimos a ver a Joan Manuel al Poliedro de Caracas y estábamos los tres bien emocionados.
Que me hacía falta estar dormida en las piernas de mi mamá mientras la radio está encendida; que me hace falta hablar largo con mi papá. Que extraño estar en casa y que solo puedo, al menos en este momento, seguir el camino del que habla Machado, y trazar mis propias vías y los desvíos.
Hay algo que me hace sentir bien: amo a mi familia y amo a mí país sin chauvinismo, con sinceridad. Con ganas de protegerlo, de cuidarlo, de empujarlo. Lo bueno es que al asomarme a la ventana veo la avenida Venezuela. Estoy cerca. Y también he conseguido que mis sueños crecen y tienen los colores de mi patria. Y por eso y por todo lo demás doy gracias.
Comentarios
Publicar un comentario