Éste año me (nos) ha regalado la posibilidad de ver animales retornando a su hábitat, conviviendo naturalmente o mejor, haciendo su diario vivir en sus hogares.
Inclusive, desde marzo de éste 2020 también varias ciudades del mundo pudieron ser testigos de animales caminando por sus aceras, como los dueños y señores de aquellos lugares que usualmente están colmados por vehículos, ruido y personas. Fue algo extraño. Único en la historia. Siento que era como ir a un zoológico (de los de la vieja guardia) en el que los "bípedos peligrosos" estaban confinados a sus hogares mientras los que antes podrían estar exhibidos en jaulas, estaban pateando calles con mucha curiosidad, y algunos, con mucha hambre, por lo que se atrevieron a visitarnos.
Particularmente, durante el último año, he podido disfrutar ardillas, focas, delfines y ballenas, con solo pasear por la playa. Ha sido emocionante hasta las lágrimas. No sé si les ha pasado conmoverse con mirar los animales "salvajes" comiendo de las arbustos cercanos, como algunos ciervos que pude silenciosamente ver. Ellos también me observaban con cierta curiosidad y al mismo tiempo, con calma. (También comprendí lo de "no le dé comida a los animales", pero eso amerita otra reflexión).
Sin embargo he de confesar que pese al nutritivo efecto del sonido de las ballenas o la gracia de los delfines, el ver un búfalo de "cerca" fue y sigue siendo muy especial.
Los búfalos americanos o bisontes son bestias enormes, que pesan entre 450 a 1.350 kilogramos, con unos pequeños cuernitos, que resultan peligrosos a la hora de defender a las crías.
Éstos bóvidos fueron erradicados entre los siglos XVII y XVIII de las Grandes Llanuras de Estados Unidos, cuando los nuevos colonizadores del centro y del oeste decidieron que para acabar con el modo de vida de los nativos americanos, debían también eliminar a los búfalos.
Según la tradición indígena, las tribus usaban a todo un búfalo adulto para cubrir las necesidades de comida, vestimienta e instrumentos de trabajo. Es decir, una materia prima básica para la subsistencia. Es más, para varias razas nativas, el búfalo es el espíritu de los dioses, por lo que cuidaban que se reprodujera y de solo cazar a un número adecuado de bisontes, administrando así el futuro.
En tiempos de "Búfalo Bill" no quedaron búfalos ni siquiera para el recuerdo. Fueron erradicados de las planicies. De una población estimada de 350 mil animales, hacia 1890 solo sobrevivieron los especímenes que se cuidaban en el Zoológico del Bronx (Nueva York). De ésta manada se lograron reproducir los grupos que hoy recorren libremente parques como Yellowstone y Grand Teton, ubicados al norte-centro de Estados Unidos.
Una de éstas bestias fue las que pude ver. (Después miré muchos más pero la primera es especial).
El ejemplar parecía ser un macho, grande y fuerte. Estaba solo, lanzándose al suelo, llenándose de tierra y sacudiéndose, como quien se da baño. Era un espectáculo bellísimo, (a unos 23 metros que es la distancia segura para aproximarse a un búfalo). Yo, no podía dejar de sonreír. Era todo: la planicie en pleno otoño, el color clarísimo del cielo y el animal juguetón, en una composición de perfecta sonoridad visual.
Tampoco pude evitar que me asaltara el pensamiento. ¿Cómo es posible que algo que hace dos siglos solía ser normal, sea hoy tan único y peculiar pues los humanos decidimos que era oportuno acabar con los búfalos? ¿Será que terminando con algo es la manera de apreciar la legítima belleza? Espero que la respuesta a esta última interrogante sea negativa.
Ojalá pronto encontremos la manera de llenarnos el alma con la imagen de ver vivos a nuestros hermanos fauna y flora. Por el momento, el albúm de mi cabeza hoy está lleno de motivaciones y recuerdos. Contenta, porque hay zoológicos que hacen un buen trabajo y cada día buscan mejorar para no ser "depósitos" y o por naturalistas que hoy están empeñados en cambiar nuestras mentes para conservar lo mejor del pasado y del presente, en un mañana prometedor para nuestra amada madre Tierra.
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