Julia, la perra y la tormenta


Cuando alguien se va del mundo fisico, la vida nos regala una eternidad de reflexiones, de aprendizajes que no logramos captar cuando esa persona estaba junto a nosotros a diario. Es muy particular porque nos encontramos en un instante de poder aislar cada momento y comprender al otro como no lo hicimos. Nos damos cuenta que definitivamente lo abrazamos con sus virtudes y sus fallas, porque de eso se trata el amor. 

Así que me salió esta especie de carta dedicada a Julia, mi abuela materna, quien fue como el cayado de los caminos que emprendí. Hoy, a un año de su caminata hacia otros mundos, la recuerdo con una historia sencilla de nuestras aventuras juntas.  


"Te recuerdo así, siempre fuerte. Nunca te ví débil, ni siquiera en tus últimos días. 


Tú sabías que eran los finales de ese cuerpo. Yo pensaba que volvería a sostenerte para ayudarte en tu silla. Siempre te pensé tan indoblegable que te imaginaba en un avión, yéndote conmigo, pues recuerdo que casi dos años antes de partir al cielo, me contabas que estabas preocupada por mí mamá. "Esa mujer no se cuida, hija", me dijiste. "Se monta en ese techo del edificio porque a los demás les da vértigo. Buscando el peligro. ¿Figúrate si se cae esa mujer? ¿Quién me cuida?", recalcabas con molestia. Te calmabas cuando te decía que te buscaba y que te vendrías conmigo, a dónde estuviera. "Menos mal que yo sé que Rafael me quiere y ese te va ayudar, hija", muy convencida que tu preocupación tenía solución, y es que Julia, en tu ser interno siempre pensaste que sobrevivirías a todos, incluyendo a tus hijas y capaz, a tus nietos.

Recuerdo muy especialmente el ejemplo de tu fortaleza cuando una perra callejera tuvo a cinco cachorritos en un jardín de uno de los bloquecitos dónde vivíamos. Los niños tratábamos de ver cómo podíamos ayudar a los perritos, pero la madre era brava y fuerte. Sencillamente, teníamos miedo. Terror ante un ladrido avasallante. Aunque igual la curiosidad infantil era mucha, y nos llevábamos comida de casa (sobre todo leche) para ponerla a través de la reja del jardín cuando la perra estaba descuidada y luego, salíamos corriendo, despavoridos pero exitosos. Sin embargo, como al cuarto día ésta estrategia para aproximarnos a tocar a los cachorros, surgió algo abuela: llegaría una tormenta de nombre extraño al país.

Cuando lo escuché en el noticiero El Observador, acudí a ti. "Si cae mucha agua los perritos se van ahogar. No están bajo techo", te expliqué angustiada. "Deja a esa perra parí'en paz. Los perros saben. Ella los va a poner en un sitio donde no les pegue lluvia", respondió. 

Recuerdo que comenzó a llover y el viento sonaba, cada vez más fuerte. Yo me subía a la peinadora para alcanzar la ventana y ver desde allí la suerte de la familia canina "Abuelo, la perra se está mojando y los perritos también. El techo está muy lejos", le conté a mi abuelo que estaba segura que la perra no se iría. A modo de broma y tal vez para consolar mi angustia, me dió la idea de ponerle un paraguas. 

Me fui al clóset. Mi madre había colocado una sombrilla de playa de colores dentro. La tomé y me dispuse a mojarme para ver cómo les ponía algo de protección a los perros. 

Bajé las escaleras del edificio sin que lo notaras mucho, Julia. O eso creía yo. Justo cuando estaba armando el paraguas-sombrilla, llegaste a detener mi acción solidaria. No me regañaste. En realidad no abriste la boca. Solo me señalaste que diera unos pasos hacia atrás. 

Con la lluvia cada vez más fuerte, mi abuelo se asomó en la ventana y otros vecinos también, tratando de entender qué hacíamos bajo el aguacero. En realidad, yo también trataba de comprenderte, Julia. Te comprendí hace poco. En el silencio, en el recordar tus últimas palabras que fueron de amor puro, en medio del dolor de la convalecencia, gritando de a poco, para que la señal fuese suficiente... Yo también te quiero mucho, Julia. Mucho.

Recuerdo que tomaste una toalla de playa y la enrrollaste en tu brazo derecho. Agarraste una especie de envase (tipo ponchera de plástico) que estaba roto y tomaste la sombrilla. Sin pensarlo, introdujiste el brazo cubierto con la ponchera plástica por entre la reja del jardín. Cuando la perra trató de defender su territorio, la amenazaste con el paraguas. "Perra tonta. Te estamos ayudando", le replicaste. Pusiste la ponchera rota como una especie de cueva y poco a poco, moviste a los perritos hasta allí. Luego, agarraste un cartón de una caja de zapatos que estaba en el piso y la aplastaste para ponerlo cerca de la ponchera para bloquear el paso de agua. Para éste momento la perra ladraba y trataba de acercarse pero con tu firmeza la calmaste. Entendió que no queríamos hacerle daño. Luego, como pudiste colocaste la sombrilla de colores, de lado. Como para evitar que el viento hiciera de las suyas, y como con la pericia cultivada en las tierras yaracuyanas, hiciste que el paraguas no se moviera. Te retiraste el paño del brazo y lo medio extendiste, a modo de alfombra. 

En ese instante en el que quedaste desprotegida, hubo esa eternidad entre la perra madre y tú. Era como que sabían al dedillo su papel de progenitoras. 

Desde la reja, tú y yo miramos a la perra acobijarse bajo la sombrilla y lamer a sus perritos, darles calor y echarse sobre la toalla para alimentarles. 

En la casa, recuerdo que me enviaste directo a bañarme, a tomar "un guarapo" y a ponerme la pijama. 

El resto del día lo pasé mirando por la ventana. Pedía a Dios que el paraguas no saliera por los aires de la tormneta, que los perritos estuvieran bien. Que su mamá los cuidara. 

Lo primero que hice a la mañana siguiente, aún con ropa de dormir, fue bajar a constatar el estado de los animales. Estaban bien. Milagrosamente, el paraguas, la ponchera rota y todo lo demás, habían protegido a ésta familia de uno de esos fenómenos naturales siempre fuertes que sacuden los cielos de Venezuela. 

Vimos crecer a los perros. Vimos cómo otros vecinos abrieron sus casas para hacerlos familias. Yo te ví crecer, abuela. Y hoy, a la luz de un año sin escucharte pero oyéndote en el diario vivir, entiendo que tus errores y tus aciertos te hicieron única. 

Eras una auténtica valiente y que complicada o no, fuiste una madre excepcional, que nos albergaste a todos bajo tu paraguas colores". 

Comentarios