La primera vez que vi a alguien robando fue a la salida de un supermercado. Recuerdo que fue el día que la escuela nos llevó para sacarnos la cédula de identidad por primera vez.
Mis compañeros y yo estábamos muy emocionados. Ese papel con tu nombre y tu foto te hacía más grande de manera inmediata. La sensación era de estar siendo un poco adultos nos daba un color especial y único, aunque todo lucíamos iguales con nuestro uniforme del colegio.
La oficina de la antigua DIEX (División de Identificación y Extranjería, hoy Saime) estaba ubicada en un centro comercial cercano a la escuela. El lugar compartía piso con varios negocios: Una tienda de regalos con sus muñecas Capodimonte; una papelería. Al fondo, la oficina publica y a la izquierda un supermercado CADA.
Recuerdo, como si fuese ayer, ver a una niña que caminaba hacia nosotros. No era mucho más grande que yo, vestía extraño. Llevaba un vestido largo, amarillo muy claro que casi podría confundirse con el blanco. El traje tenía encajes en el pecho, en las mangas y en la falda. Unos vuelos raros, como antiguos, que no permitían enfocar la atención en el rostro de su dueña.
La niña caminaba extraño. Tengo presente que me dije a mí misma que seguramente tenía algún problema motor (como hubiese pensado mi madre con su don de gente y de psicopedagoga). A pocos pasos de llegar a la fila en la que compartía con mis compañeros, la niña esbozó un gran grito.
En ese momento, un hombre de camisa blanca manga corta y pantalones de vestir y el vigilante del centro comercial, tomaron a la muchachita mientras ella trataba de zafarse. Mi maestra intervino. Les dijo a los hombres que así no se trataba a los niños.
La niña seguía gritando. Algunos de mis compañeros también empezaron a agitarse. Era una de nosotros contra dos adultos. A cualquier niño le hubiese generado una tremenda ansiedad.
Otra de las maestras también trató de mediar. Pero todo cayó por su propio peso una vez que el guardia junto al otro hombre elevaron a la niña por los codos. En ese momento una lata de leche La Campiña mediana y una Nenerina (preparado para bebés) salieron de la falda larga de la chica.
Mi maestra miró con dolor. Su expresión era como el corazón parti'o del que canta Alejandro Sanz. Yo no comprendía aún. Miré buscando una explicación al igual que otros. "Estaba robando", dijo Yamilet, una compañera que siempre me pareció mayor que el resto.
Posteriormente, y con el pasar de los años y de las repúblicas, los robos en supermercados se convirtieron en el pan nuestro de cada día. Es más: Una vez robaron el supermercado donde estaba comprando. Recuerdo las armas. Eran largas, como las que usa la Guardia Nacional. Los ladrones nos ordenaron tirarnos al suelo mientras dejaban sin billetes a las cajas registradoras y a la oficina del gerente.
Ahora, trabajando varios días a la semana en un supermercado, me percato de muchos robos a diario, cosa que pensé que sería poco común en un país considerado como "primer mundo".
Acá en California, la libertad es primordial, así que los detectores de seguridad son muy pocos. No es como en Caracas que están en cada tienda y suenan por tan solo estar cerca.
Ayer, solo ayer, en escasas cinco horas, pude ver a cuatro personas que estaban apoderándose de cosas por las que no pagaron.
Los primeros, un par de hombres grandes y fuertes que pidieron unas piezas de carne y salieron con sus bolsas sin que nadie los detuviera. Yo, señalando con la boca al encargado acerca de lo qué pasaba, éste dejó pasar la situación. "A veces es mejor no meterse en problemas", me dijo. Y bueno, lo malencarado de los tipos decían mucho. No valía la pena pelear por un par de chuletas.
El otro grupo de ladronzuelos era una madre y un niño como de 12 años. La señora compró un par de cosas mientras el niño sacaba dos bandejas de sushi de 10 dólares (que es barato para este tipo de plato). Lo más chiflado del asunto fue que la madre y el niño se devolvieron a pedir prestado el teléfono al supermercado pues por alguna loca razón su carro no avanzaba y las puertas se bloquearon con el celular dentro, por lo que no podían llamar al seguro. Tal vez por remordimiento y ante la amabilidad regalada por mis compañeros, la pareja pagó la comida diciendo que "lo habían olvidado".
También están los ladrones que son como algunos clientes: frecuentes. Está la mujer que se lleva el maquillaje más nuevo al baño de la tienda y se emperifolla. Luego arroja lo usado en el fondo de la basura y sale bellamente arreglada. La han detenido en varias ocasiones pero hasta ahora no se le puede probar nada. Creo que al final no quieren probarle nada. Solo asustarla.
Por último está el más subrreal: El ladrón que llega en un BWM blanco, muy hermoso. Siempre él y quienes le acompañan visten ropas de marcas costosas y parecen buscar ponerle un poco de adrenalina a sus vidas. Son jóvenes. Su mercado es como el que haría un adolescente desobediente y solo en casa: vodka, Doritos, bandejas de quesos y jamones, alitas de pollo, sodas, pizzas congeladas...
Con el carrito, corren en dirección a la puerta aún sabiendo que en algún punto se detendrá gracias al mecanismo de seguridad en las ruedas. Luego, tratan de llevarse el vodka (al menos) y corren hasta su elegante vehículo. Con frecuencia, algún empleado los deteniene y también uno que otro cliente.
Cuando logran llegar a su BMW, se montan y arracan estilo Rápido y Furioso, y amenazan a los que estamos cerca con su súper carro. Creen que el sonido del motor mezclado con el incesante rap genera miedo. Más bien, causa risa y un poco de curiosidad. Tal vez una preocupación acerca de un "futurible" en el que ese hombre pueda, no sé, ser un presidente o un conductor de autobús, que a diferencia de la niña, no tiene hambre, pero sí una sed insaciable de corroer todo cuánto toca.
Mis compañeros y yo estábamos muy emocionados. Ese papel con tu nombre y tu foto te hacía más grande de manera inmediata. La sensación era de estar siendo un poco adultos nos daba un color especial y único, aunque todo lucíamos iguales con nuestro uniforme del colegio.
La oficina de la antigua DIEX (División de Identificación y Extranjería, hoy Saime) estaba ubicada en un centro comercial cercano a la escuela. El lugar compartía piso con varios negocios: Una tienda de regalos con sus muñecas Capodimonte; una papelería. Al fondo, la oficina publica y a la izquierda un supermercado CADA.
Recuerdo, como si fuese ayer, ver a una niña que caminaba hacia nosotros. No era mucho más grande que yo, vestía extraño. Llevaba un vestido largo, amarillo muy claro que casi podría confundirse con el blanco. El traje tenía encajes en el pecho, en las mangas y en la falda. Unos vuelos raros, como antiguos, que no permitían enfocar la atención en el rostro de su dueña.
La niña caminaba extraño. Tengo presente que me dije a mí misma que seguramente tenía algún problema motor (como hubiese pensado mi madre con su don de gente y de psicopedagoga). A pocos pasos de llegar a la fila en la que compartía con mis compañeros, la niña esbozó un gran grito.
En ese momento, un hombre de camisa blanca manga corta y pantalones de vestir y el vigilante del centro comercial, tomaron a la muchachita mientras ella trataba de zafarse. Mi maestra intervino. Les dijo a los hombres que así no se trataba a los niños.
La niña seguía gritando. Algunos de mis compañeros también empezaron a agitarse. Era una de nosotros contra dos adultos. A cualquier niño le hubiese generado una tremenda ansiedad.
Otra de las maestras también trató de mediar. Pero todo cayó por su propio peso una vez que el guardia junto al otro hombre elevaron a la niña por los codos. En ese momento una lata de leche La Campiña mediana y una Nenerina (preparado para bebés) salieron de la falda larga de la chica.
Mi maestra miró con dolor. Su expresión era como el corazón parti'o del que canta Alejandro Sanz. Yo no comprendía aún. Miré buscando una explicación al igual que otros. "Estaba robando", dijo Yamilet, una compañera que siempre me pareció mayor que el resto.
Posteriormente, y con el pasar de los años y de las repúblicas, los robos en supermercados se convirtieron en el pan nuestro de cada día. Es más: Una vez robaron el supermercado donde estaba comprando. Recuerdo las armas. Eran largas, como las que usa la Guardia Nacional. Los ladrones nos ordenaron tirarnos al suelo mientras dejaban sin billetes a las cajas registradoras y a la oficina del gerente.
Ahora, trabajando varios días a la semana en un supermercado, me percato de muchos robos a diario, cosa que pensé que sería poco común en un país considerado como "primer mundo".
Acá en California, la libertad es primordial, así que los detectores de seguridad son muy pocos. No es como en Caracas que están en cada tienda y suenan por tan solo estar cerca.
Ayer, solo ayer, en escasas cinco horas, pude ver a cuatro personas que estaban apoderándose de cosas por las que no pagaron.
Los primeros, un par de hombres grandes y fuertes que pidieron unas piezas de carne y salieron con sus bolsas sin que nadie los detuviera. Yo, señalando con la boca al encargado acerca de lo qué pasaba, éste dejó pasar la situación. "A veces es mejor no meterse en problemas", me dijo. Y bueno, lo malencarado de los tipos decían mucho. No valía la pena pelear por un par de chuletas.
El otro grupo de ladronzuelos era una madre y un niño como de 12 años. La señora compró un par de cosas mientras el niño sacaba dos bandejas de sushi de 10 dólares (que es barato para este tipo de plato). Lo más chiflado del asunto fue que la madre y el niño se devolvieron a pedir prestado el teléfono al supermercado pues por alguna loca razón su carro no avanzaba y las puertas se bloquearon con el celular dentro, por lo que no podían llamar al seguro. Tal vez por remordimiento y ante la amabilidad regalada por mis compañeros, la pareja pagó la comida diciendo que "lo habían olvidado".
También están los ladrones que son como algunos clientes: frecuentes. Está la mujer que se lleva el maquillaje más nuevo al baño de la tienda y se emperifolla. Luego arroja lo usado en el fondo de la basura y sale bellamente arreglada. La han detenido en varias ocasiones pero hasta ahora no se le puede probar nada. Creo que al final no quieren probarle nada. Solo asustarla.
Por último está el más subrreal: El ladrón que llega en un BWM blanco, muy hermoso. Siempre él y quienes le acompañan visten ropas de marcas costosas y parecen buscar ponerle un poco de adrenalina a sus vidas. Son jóvenes. Su mercado es como el que haría un adolescente desobediente y solo en casa: vodka, Doritos, bandejas de quesos y jamones, alitas de pollo, sodas, pizzas congeladas...
Con el carrito, corren en dirección a la puerta aún sabiendo que en algún punto se detendrá gracias al mecanismo de seguridad en las ruedas. Luego, tratan de llevarse el vodka (al menos) y corren hasta su elegante vehículo. Con frecuencia, algún empleado los deteniene y también uno que otro cliente.
Cuando logran llegar a su BMW, se montan y arracan estilo Rápido y Furioso, y amenazan a los que estamos cerca con su súper carro. Creen que el sonido del motor mezclado con el incesante rap genera miedo. Más bien, causa risa y un poco de curiosidad. Tal vez una preocupación acerca de un "futurible" en el que ese hombre pueda, no sé, ser un presidente o un conductor de autobús, que a diferencia de la niña, no tiene hambre, pero sí una sed insaciable de corroer todo cuánto toca.
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