Buenos Aires y sus colectivos |
Hay una imagen que no olvidó. Tendría unos 12 años y desde
el Malibú azul claro de mi mamá, miraba por la ventana a otro carro, alquilado,
de color negro. Afuera, un joven en bermudas y actitud “playera”, llenaba el
tanque. Desde dentro del vehículo, otro muchacho, visiblemente extranjero, con
un español forzado, le preguntaba: ¿Cuánto es que estás pagando por la gasolina?
El otro, con cara de fastidio, respondió: “¿Vas a seguir? Menos de un dólar”, a
lo que el musiú reaccionó con una
risa tonta e incontenible.
Yo no le veía el chiste. Realmente no me hizo
sentido, nunca.
Viví la mayor parte de mi vida en un país en el que la
gasolina era (es) más barata que el agua. La justificación, una obviedad… Somos
una nación petrolera, ¿cómo no podría ser económico el combustible? ¿No?
La normalidad de la escena anterior me empezó hacer ruido un
par de décadas después, gracias a dos eventos particulares. Uno fue mi primer
viaje a Gran Sabana; y el otro, una reflexión que compartió el cineasta Carlos
Caridad Montero (creo), hace años atrás, sobre los precios de la gasolina.
En el viaje, cuando pasábamos por Las Claritas (el último
punto en el que se carga gasolina antes de subir al Parque Nacional Canaima),
pude ver la gran cantidad de bidones que mineros y traficantes llevaban hacia
las minas, usados para las maquinarias y para trasladar el oro hacia otros
puntos de la geografía, en los que los mineros se abastecen y siguen con sus
vidas de mercurio, barro y tristeza. Cuando me atreví a preguntar por cuánto
podrían vender un bidón de gasolina en las zonas mineras, el bombero de la
estación de servicio me dijo que, dependiendo de la urgencia, podría llegar a
costar hasta 20 mil bolívares. Recuerdo que en el viaje pagué 6700 bolívares
porque me guiaran (ida y vuelta) al tepuy Roraima. Es decir, los 20 mil, para
ese tiempo, eran una pequeña fortuna.
Ahora, con la especie de ensayo, el director de cine Montero
comentaba que, supuestamente, un camión
de combustible lo vendían en la frontera
en 25 mil dólares, mientras en la ciudad podría llegar a costar algo
como 4 mil bolívares. En el texto reflexionada que de continuar esos precios,
cambiar el país hacia una ruta de desarrollo, era muy difícil.
¿Cómo alguien que llenaba una gandola de gasolina con 4 mil
bolívares (no sé cuánto será en la actualidad, le terminaba ganando algo como 24000 mil
dólares aproximadamente, sacando costos y pagos al chófer, al ayudante y el
respectivo refresco a la Guardia Nacional? El tráfico (los tráficos) engorda a muchos y trae consigo un montón de situaciones
que parecen generar una atmósfera como si se viviera en una realidad que no es
real. Una farsa, en la que la mayoría miramos la vida desde la seguridad del
vehículo y tras las rejas de la casa.
Básicamente siempre he sido peatón o la que acompaña al
chófer o a la que llevan y traen. Casi toda mi vida usé el metro, autobuses o
camionetas públicas, hasta el punto en que preferí el mototaxi, pues Caracas, a
medida que envejece, no es amable con “el de a pie” (bueno, tampoco es que hoy
lo sea con “el de a ruedas”). En realidad nunca lo fue. Es más, no recuerdo ninguna ciudad en
Venezuela (ni siquiera Mérida, cuya gente es tan agradable) que abrace al
peatón con respeto.
Viviendo en una ciudad como Buenos Aires, en la que se
camina mucho y el trasporte público es relativamente amigable, comprendí la necesidad de que la gasolina (en
una nación petrolera o no) tenga el precio que debe ser. Ni más ni menos. El
que es… Y no. No me diga que porque es “producida” aquí, deba ser barata. Los
costos de producción y de transporte y quién sabe cuántos extras más que
desconozco, deben ser tomados en cuenta para el P.V.P final.
Me explico: tener la gasolina “cara” ayuda a que el país
mejore. Aquí mis argumentos.
El transporte público alcanzaría la plenitud: Recuerdo de
chiquita que entraba en el Metro de Caracas y era lo máximo. Limpieza, rapidez, seguridad, buena atención,
buena educación por parte de los usuarios. Ahora imagine usted que ese viejo
metro está por doquier… ¿Lo tiene? Pues la razón es que la gasolina cuesta lo
que debe costar y las personas dejaron de usar sus vehículos propios para
utilizar el transporte público, lo que devino en que los ciudadanos exigieron a
sus autoridades mejorar los sistemas, incrementar el número de trenes en
subterráneo, más buses y mejores transportes privados. A su vez, las personas
que conducen estos vehículos se sintieron seguros, comenzaron a las respetar
normas y los usuarios los trataron con respeto.
Tomaríamos las calles: Al vivir en Buenos Aires (ciudad casi
plana) los venezolanos se quejan que caminan mucho, pero lo hacen y con el
tiempo, se adaptan. Lo sé porque lo viví. ¿Y eso que provoca? Gente
apoderándose de las calles.
Pues mayor salud, mejores piernas, más personas caminando de
un lado a otro, lo que obligaría a las autoridades a incrementar el alumbrado
público, a colocar puntos para arrojar la basura pues ya la gente no la echaría
al piso (nada más desagradable que pisar una concha de cambur mientras caminas
por tu ciudad y darte un buen golpe), mayor limpieza por parte de los
organismos públicos, árboles podados, aceras para que niños y abuelos caminen
con agrado… Una ciudad más ciudad y menos pista de carros con huecos.
Igualmente, al tomar las calles, que las hemos dejado a la
desidia y al malandraje, la seguridad también aumentaría.
Mejor uso del combustible: Al mejorar el transporte público,
las calles y la seguridad, empresas como PDVSA, se verían obligadas a reinventarse,
a crear mejores productos, más eficientes y adaptados al respeto del medioambiente,
con el fin de volver a ganar público para el consumo de sus bienes. A su vez,
se aportaría menos al efecto invernadero, y por lo tanto, al cambio climático.
Adicionalmente, los costos de la gasolina a precios reales,
evitaría el tráfico pues la ganancia no sería tan elevada en comparación con el
riesgo, y si lo pienso, y fantaseo un poco más, ayudaría a eliminar la minería
ilegal pues sin combustible fósil sería mucho más cuesta arriba poner las
máquinas a funcionar y “la bulla” se iría silenciando. Los mineros volverían a
ser hombres de campo, indígenas que atienden al turista y extranjeros que
retornarían a sus tierras. No habría muchos en manos del Ejército de Liberación
Nacional y tampoco guardias nacionales que vayan tras la pepa de zamuro para
hacerse ricos de un día al otro.
Hoy llenamos el tanque, gratis. Algo de propina al señor que
coloca el surtidor en el vehículo. Pienso en la bomba que está casi en la frontera
entre Santa Elena de Uairén y Brasil. Me imagino que pagan en reales o en
dólares. ¿Quién se llevará todo eso? Recuerdo El Caracazo, y las medidas del
presidente Carlos Andrés Pérez que, incluían, un aumento del 100% a la
gasolina, exigido por el Fondo Monetario Internacional… Recuerdo tanto.
Actualmente sigo siendo peatón. Apenas me he puesto seria
con lo del manejo porque le he tenido miedo. Espero algún día, no muy lejano,
llenar el tanque y pagar el “precio justo” (como dirían ciertos personajes) a
la gasolina y dejar el carro para ir a la playa, porque mi anhelo es seguir
siendo una persona de a pie.
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