¿Recuerdas las clases de secundaria en las que hablábamos de la mitología griega? Sí. Entonces también debes recordar a Ícaro, el hijo de Dédalo que, para escapar de un laberinto en la isla de Creta, usa unas alas construídas por su padre. El progenitor del joven le advierte que no vuele bajo porque sus alas podrían mojarse y no funcionarían, y que tampoco lo haga muy alto, pues la cera que une las plumas, se derretiría y caería.
Precisamente esto último fue lo que le ocurrió al muchacho, quien después de volar alto, caería al mar, muriendo al contacto con el agua.
El mito de Ícaro enseña, creo, que hay que hacerle caso al que más sabe, pero sobre todo, a que"volar alto", cerca del sol, es atrayente, enceguecedor... al punto que cuando dejas que esos rayos penetren, caes. Caes en medio de la falta de humildad y de no percatarte que eres una persona más, única y especial, pero una persona más. Tan única y tan especial como el que está a tu lado o al otro lado del mundo.
Esta es la alegoría que hace el filme documental de Netflix, Icarus (2017), ganador del premio Oscar 2018, en el que queda en evidencia el dopaje que han venido experimentando los deportistas desde hace mucho tiempo, lamentablemente.
El director y productor Bryan Fogel, quería probar en sí mismo el uso de ciertas sustancias (EPO, testosterona) como lo que hiciera Lance Armstrong, para "ganar" siete Tours de Francia.
Pongo entre comillas lo de ganar pues hace unos años atrás, después de varias investigaciones, el propio deportista asumió la culpa de haberse sometido tratamientos para lograr la hazaña. Debido a la aceptación de su responsabilidad, le fueron retirados premios, patrocinios y, probablemente, algo de la admiración cosechada, porque siendo honesta: Armstrong sigue siendo una figura dentro del ciclismo, al punto que sin importar lo qué haya hecho, aún la prensa lo sigue y se presenta a los eventos como invitado, prácticamente sin ningun problema.
Armstrong sabía que tenía un talento y decidió explotarlo, y volar alto alto como Ícaro, a riesgo de su propia salud y de su dignidad... y de la salud y la dignidad de su equipo.
La cosa es la siguiente: Bryan Fogel y el doctor ruso Grigori Ródchendkov, médico que formó parte del equipo olímpico de Rusia, abrieron la gran olla podrida en la que queda demostrado que la mayoría (por no decir todos) los miembros del prestigioso grupo soviético, habían sido sometidos a tratamientos prohibidos para desarrollar su fuerza, su velocidad y su resistencia. Además, por si fuera poco, la forma en la que se alteraban las pruebas que realmente sorprendería a cualquier corrupto enchufado con la plata en los bancos suizos.
Como hija de una periodista deportivo, he amado el deporte siempre. Recuerdo la primera vez que entendí lo grande que eran los Juegos Olímpicos. Era una niña pero esas vacaciones estuvieron llenas de héroes. Fue en Seúl 1988.
En esas olimpíadas se presentó uno de los casos de doping más sonados cuando Ben Johnson venció en el tartán a Carl Lewis, llamado "el hijo del viento". Esos 100 metros fueron el camino al silencio de un deportista como Johnson, cuando se le descubrió que había usado una sustancia prohibida.
En varias entrevistas, el corredor lamentó lo que había hecho y dijo que muchos atletas se veían en la obligación de usar esteroides para alcanzar el nivel de otros, que también lo usaban y que no eran tocados ni con el pétalo de una rosa.
Muchos rieron de Johnson. Claro. Es fácil reír de un mentiroso y casi imposible creerle. Lo triste es que el hombre de los 9,79, tenía razón.
Yo no lo creí. Realmente no le creí hasta ver a Maradona en el Mundial de la FIFA en el 94, en Estados Unidos, cuando fue expulsado por dopaje. Y así van: Alex Rodríguez, Sharapova, Contador, Asafa Powell, Marion Jones... y muuuchos más.
Y el problema con todo esto es que la realidad nos arropa. No podemos con ella. Preferimos la fantasía, así sea un "yo" ilusorio.
Queremos ser reconocidos como sea (como sea). No nos importa a fin de cuenta que tengamos qué hacer para obtener dinero y fama. Tontos y efímeros porque compramos eso que la vida es una sola y hay que gozarla rápido y sin perder tiempo. Se nos dice que eres importante si sales en las redes o en los medios, o si te dicen bello, o inteligente o especial. Que eso es ser exitoso.
A punto de comenzar el Mundial de Fútbol, cuando casi lo único que escucho es qué hará Messi para ganar, no me queda más que pensar ¿Cuántos de esos estarán en dopaje de algo? ¿Será mercadeo? ¿Lo harán porque tienen muchas presiones? Porque las tienen, sí, desde los patrocinantes hasta el público.
A la gloria se le pone precio. Un precio demasiado alto.
Vive fuerte...
Precisamente esto último fue lo que le ocurrió al muchacho, quien después de volar alto, caería al mar, muriendo al contacto con el agua.
El mito de Ícaro enseña, creo, que hay que hacerle caso al que más sabe, pero sobre todo, a que"volar alto", cerca del sol, es atrayente, enceguecedor... al punto que cuando dejas que esos rayos penetren, caes. Caes en medio de la falta de humildad y de no percatarte que eres una persona más, única y especial, pero una persona más. Tan única y tan especial como el que está a tu lado o al otro lado del mundo.
Esta es la alegoría que hace el filme documental de Netflix, Icarus (2017), ganador del premio Oscar 2018, en el que queda en evidencia el dopaje que han venido experimentando los deportistas desde hace mucho tiempo, lamentablemente.
El director y productor Bryan Fogel, quería probar en sí mismo el uso de ciertas sustancias (EPO, testosterona) como lo que hiciera Lance Armstrong, para "ganar" siete Tours de Francia.
Pongo entre comillas lo de ganar pues hace unos años atrás, después de varias investigaciones, el propio deportista asumió la culpa de haberse sometido tratamientos para lograr la hazaña. Debido a la aceptación de su responsabilidad, le fueron retirados premios, patrocinios y, probablemente, algo de la admiración cosechada, porque siendo honesta: Armstrong sigue siendo una figura dentro del ciclismo, al punto que sin importar lo qué haya hecho, aún la prensa lo sigue y se presenta a los eventos como invitado, prácticamente sin ningun problema.
Armstrong sabía que tenía un talento y decidió explotarlo, y volar alto alto como Ícaro, a riesgo de su propia salud y de su dignidad... y de la salud y la dignidad de su equipo.
La cosa es la siguiente: Bryan Fogel y el doctor ruso Grigori Ródchendkov, médico que formó parte del equipo olímpico de Rusia, abrieron la gran olla podrida en la que queda demostrado que la mayoría (por no decir todos) los miembros del prestigioso grupo soviético, habían sido sometidos a tratamientos prohibidos para desarrollar su fuerza, su velocidad y su resistencia. Además, por si fuera poco, la forma en la que se alteraban las pruebas que realmente sorprendería a cualquier corrupto enchufado con la plata en los bancos suizos.
Como hija de una periodista deportivo, he amado el deporte siempre. Recuerdo la primera vez que entendí lo grande que eran los Juegos Olímpicos. Era una niña pero esas vacaciones estuvieron llenas de héroes. Fue en Seúl 1988.
En esas olimpíadas se presentó uno de los casos de doping más sonados cuando Ben Johnson venció en el tartán a Carl Lewis, llamado "el hijo del viento". Esos 100 metros fueron el camino al silencio de un deportista como Johnson, cuando se le descubrió que había usado una sustancia prohibida.
En varias entrevistas, el corredor lamentó lo que había hecho y dijo que muchos atletas se veían en la obligación de usar esteroides para alcanzar el nivel de otros, que también lo usaban y que no eran tocados ni con el pétalo de una rosa.
Muchos rieron de Johnson. Claro. Es fácil reír de un mentiroso y casi imposible creerle. Lo triste es que el hombre de los 9,79, tenía razón.
Yo no lo creí. Realmente no le creí hasta ver a Maradona en el Mundial de la FIFA en el 94, en Estados Unidos, cuando fue expulsado por dopaje. Y así van: Alex Rodríguez, Sharapova, Contador, Asafa Powell, Marion Jones... y muuuchos más.
Y el problema con todo esto es que la realidad nos arropa. No podemos con ella. Preferimos la fantasía, así sea un "yo" ilusorio.
Queremos ser reconocidos como sea (como sea). No nos importa a fin de cuenta que tengamos qué hacer para obtener dinero y fama. Tontos y efímeros porque compramos eso que la vida es una sola y hay que gozarla rápido y sin perder tiempo. Se nos dice que eres importante si sales en las redes o en los medios, o si te dicen bello, o inteligente o especial. Que eso es ser exitoso.
A punto de comenzar el Mundial de Fútbol, cuando casi lo único que escucho es qué hará Messi para ganar, no me queda más que pensar ¿Cuántos de esos estarán en dopaje de algo? ¿Será mercadeo? ¿Lo harán porque tienen muchas presiones? Porque las tienen, sí, desde los patrocinantes hasta el público.
A la gloria se le pone precio. Un precio demasiado alto.
Vive fuerte...
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