Un 31 de diciembre...


A tan solo horas de finalizar una año más, el 2016, comienzo recordar las tradiciones que teníamos en la familia cuando éramos pequeños. Cuando todo era más simple, menos complicado y a mis ojos infantiles, más hermoso.

Diciembre siempre ha sido un evento en casa, porque era el mes del cumple de mi tía María, de mi tío Luis y de Adrián; ahora también se suma el de Carlos Francisco, que cumplió dos años el 27 de diciembre y sus papás le hicieron una linda tortica. A todos estos eventos de alegría también se le suma la Navidad y la llegada del Año Nuevo.

Recuerdo que el 31 de diciembre comenzaba con mi mamá muy temprano haciendo una limpieza de general y lavando las copas que se usarían para el brindis esa noche. Mi abuela escogía las hallacas y hacía ensalada de gallina (conste que muy pocas veces nos sentamos a comer todos a la mesa. Cada quien lo hacía cuando el hambre aparecía). Mí tía María llegaba con Margareth, cerca del mediodía, para ayudar con los arreglos. Gladis aparecía poco más de las 4 de la tarde, ayudaba un poco, y cuando veía todo listo, se acostaba a su siesta de fin de año, a excepción de las épocas en las que María Daniela estaba pequeña, que se quedaba jugando con ella. Mi abuelo hacía la aparición del pan de jamón a eso de las 6 de la tarde, cuando una emoción empezaba a crecer. A las 7 de la noche, Marga y yo salíamos con nuestras ropas nuevas (estrenos, en criollo) a jugar con los vecinos. Eran noches para reír y correr de los peligrosos fuegos artificiales, que eran la sensación entre los amigos. 

Todas las puertas estaban abiertas. En cada piso te brindaban Torta Negra, o el inolvidable Chantilly de la familia Rodríguez o los pastelitos andinos de la señora Elisa, nuestra vecina más cercana. En cada casa, la música se enredaba con las carcajadas, los tragos y las conversaciones, como en casa de mi tío Héctor. En ese tiempo no se conocía el miedo o era leve. En esa noche, la regla era divertirse sanamente para despedir al Año Viejo y recibir al nuevo con la mejor energía, siempre con la esperanza que fuese mejor.

A eso de las 11.30 comenzaban las madres y abuelas a gritar desde las ventanas. Era hora de volver a casa para estar en familia. Los novios dejaban a sus amadas para estar con su clan, con la promesa de volver más tarde. Mi tía Maggie con Daniel, Adri y mi tío volvían de casa de la suegra para estar todos juntos. Era el instante en que se sacaba el espumante que había dejado mi papá en la nevera para nuestro brindis. Sonaba el teléfono, y eran amigos y familia de otros lugares distantes que deseaban los mejor (antes que las líneas se congestionaran), era Radio Rumbos a todo volumen de la mano de mi abuelo para escuchar las campanadas. Eran los abrazos, los buenos, deseos, las lágrimas, las risas y después, las visitas a cada vecinos para más abrazos y buenos deseos. Así era nuestra Navidad. Así fue nuestro país porque esto se repetía en cada calle, sin importar la condición social. 

Hoy, estamos lejos. Cada uno en un lugar distinto. Imposibilitados por una u otra razón de estar juntos para que se nos confundan los brazos en cariño ni poder agregar a otros, a los nuevos, a nuestras tradiciones. Pero, desde aquí los celebro. Celebro que mi compadre Carlos y mi tía María están preparando un pernil; que Marga y Carlos Francisco practican palabras nuevas para el 2017 como "yogur", "avión" y "madrina Vero". Celebro que mi madre puso adornos de Navidad en su mesa y que Julia come cuanta comida se le pasa por el frente. Celebro que mi padre está camino a La puerta del sol con Andrea, a buscar otros horizontes. Celebro que Gladis y Daniela estarán de rumba y que seguro hay un suculento asado negro de por medio. Celebro que Los Bejarano-Peña están en Houston haciendo dulce de lechosa a lo tejano mientras Doble A y Marco corren por la casa. Celebro que mis amigos me brindarán en sus copas y me recordarán como yo a ellos. Celebro que mis suegros estarán bailando gaitas. Celebro a los venezolanos que en la distancia buscan el hogar. Celebro a Rafa que es valiente al mirar hacia otro rumbo, sin rendirse. Celebro que hoy puedo escribir estas palabras y sentirme agradecida, porque sí, el 2016 ha sido difícil, muy duro, lleno de decisiones que todavía me rompen el corazón, de haber sido testigo de situaciones tristes en Venezuela y el mundo, pero también estuvo lleno de abrazos reconfortantes, de palabras sabias, de risas de los panas, del cariño a toda prueba de mi familia, de personas agradecidas, de regalos inesperados, de ayudas nunca vistas... En fin: el balance es más positivo.

Deseo para ustedes un feliz 2017, en el que Dios no les dé solo lo que necesiten sino les regale lo que más anhelan. Que la salud sea inquebrantable, que las risas colmen nuestras casas, que los niños crezcan felices, que la armonía sea nuestra ruta y la paz nuestra fiel compañera, con la prosperidad envolviéndonos. Feliz 2017, querida familia. Feliz 2017, amigos amados.

Feliz 2017, mi bella tierra Venezuela. Te consagro a la luz. Te amo. 

Comentarios

  1. Me encanto! Verónica pudisteis transportarme a esos añorados tiempos... y a pesar que yo me fui de Venezuela hace 32 años, así mismo yo añoro esas navidades de mi niñez.. a mi hermanita si le ha tocado un partir como el tuyo, 2016 ha sido un año de difícil desiciones pero necesarias y a pesar de lo doloroso y nostálgico que ha sido para ellos estar lejos de la familia, ella y su familia saben que es lo mejor para ellos...
    Gracias por este escrito! Un Abrazo! 🙏❤🙏🏾

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  2. Muchas gracias, Margot. Un enorme abrazo

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